jueves, 9 de octubre de 2008

Qui prodest?

¿Necesitamos el Festival de Otoño? El hecho de que cada vez haya mas Gente cuestionándoselo es significativo. Formulemos la pregunta de otra manera ¿hubo algún momento en el que fuera imprescindible? La respuesta es, sin discusión, positiva: a mediados de los ochenta, el Festival hizo con el teatro madrileño lo que Hércules con los establos de Augías: reconducir la formidable corriente del mejor teatro contemporáneo intencional para limpiar la escoria acumulada durante muchos años de retraso cultural. Sin embargo, desde hace algún tiempo crece la sensación de que el fulgor original ha sido suplantado por la purpurina. Aunque los papanatas de la cultura pretendan que fuera se ata a los perros con longaniza, las nuevas generaciones carecen del complejo de inferioridad que tanto marco el postfranquismo en todos sus ámbitos y que tanto dalo hizo, específicamente, en el mundo teatral. Digámoslo así: el teatro español es hoy tan bueno o tan malo como el que se hace en cualquier sitio. Seguimos aprendiendo de todo cuanto resulte interesante, pero la genuflexión, como código, no es aceptable, y, de algún modo, eso es lo que sigue exigiendo de nosotros la aparatosa programación del Festival.
Por otro lado, está la cuestión económica: el teatro privado en Madrid solicita desde hace años que el Festival sea cambiado de ubicación temporal. Coincide con el inicio de temporada, convirtiéndose en una desleal competencia. Si se llevara a otro periodo, por ejemplo, al final de la primavera, el beneficio sería mayor para todos, pues se respetarían los intereses de los profesionales madrileños, manteniendo el provecho social, cultural y económico. Sin embargo, la Comunidad de Madrid se niega a negociar la cuestión. ¿Por qué se elige un modelo de programación que daña claramente a parte de la sociedad cuando existe otro que beneficia a todos? Como además los grandes espectáculos se suelen integrar este tipo de evento forma parte de un circuito internacional controlado por intermediarios a los que a los que afectan mas unas fechas que otras, resulta que nos encontramos que el dinero público se emplea para atentar contra la vida profesional y los intereses de los ciudadanos, favoreciendo, en cambio, a un puñado de mediadores.


Ignacio García May. El Cultural 9-15 octubre de 2008

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